11/6/11

Matriuscas

Se emocionó cuando saqué la botella de ron que tenía olvidada en mi cuarto y le pedí que brindáramos por su hija. Tomó la botella y derramó las primeras gotas en el suelo, perdón, quise decir piso. Para no enfadar a Changó o a los santos o a dios sabe quien. Para no beber nosotros el primer trago, Libia, que eso es de maleducados. Y bebimos a la salud de su hija, que yo no sabía quien era pero que a él parecía importarle más que nadie en el mundo, o al menos más que yo, que no parecía importarle mucho.

Nunca fue mi intención enamorarme y tampoco creo que pudiera llamarse así a lo que sentía, pero algo de eso había, y de gratuito, si no fuera por lo que gastaba en ron.

El caso es que bebimos hasta que ya no podíamos hacer otra cosa que follar, perdón, quise decir singar. Y singamos rico, como yo sé que ninguno de los dos había singado en mucho tiempo. Me la metió por todos mis agujeros, primero suave y luego fuerte. Me atragantó con sus manos hasta el límite del ahogo, me atragantó con su polla, perdón, quise decir pinga, hasta el límite del vómito y me hizo correrme o venirme o como quiera que se llame aquí al orgasmo más espectacular e intenso de toda la isla. De esta isla dentro de otra isla y dentro de otra isla...de este juego de matriuscas en el que se está convirtiendo mi vida. Ahí, en la más pequeñita de las muñequitas rusas, la que no puede abrirse, ahí me corrí o me vine o como quieras llamarlo, pero lo gocé.

Aquí el antes y el durante son maravillosos, pero el después es una mierda. Igual que lo peor de los viernes son los sábados, lo peor de sus polvos son sus pospolvos. Una de cal y otra de arena, que si me lo cruzo por los pasillos no me saluda y yo aún tengo la boca llena de semen. Y aunque tendría que escupirselo a la cara, lo que de verdad me apetece, en contra de toda mi educación como perra callejera, es volver a poner el culo.

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